Por: Hectroy, Il volcano.
México ha cambiado drásticamente durante los últimos tres decenios. Antes México se reducía al centro del país, desde donde se dictaban las directrices a seguir en todo tipo de política y programa para la nación. Hoy se han diversificado y hecho más complejos los procesos políticos y sociales. Hoy todo el país quiere manifestarse en el proceso que conduzca a su definición. Pero hoy existen también elementos en la sociedad que nos retrotraen a otras épocas.
A finales del siglo XIX y principios del XX una dictadura regía al país. Esta dictadura consistía de un grupo compacto en el poder que repartía los beneficios para sí mismo y para aquellos terratenientes, traficantes de comercio y demás grupos privilegiados que iban de la mano con el grupo. Allí se determinaba el derrotero del país y la vida de millones de mexicanos hundidos en la miseria, la ignorancia y el olvido. Allí se repartía la riqueza de la nación entre unos cuantos. Y tal vez así hubiese continuado la inercia del país, para mayor regocijo de los privilegiados. Pero, como perogrullada, se dice que no hay mal que dure cien años. Las mismas condiciones de miseria gestaron la necesidad, el descontento y los primeros visos de conciencia de la realidad. De una realidad que no había que aceptarse como fatalidad sino como algo susceptible de modificar. Y entre el coraje de gente valiosa y valerosa y el brillo de artistas e intelectuales que no vendieron sus conciencias y antepusieron el proyecto social al personal, se germinó el principio del fin de ese grupo privilegiado en el poder. Se fraguó el inicio de la gesta que fue la revolución mexicana. Y de ésta surgió el país que hemos tenido los últimos casi cien años. Independientemente de los grupos de poder y de ambición que surgieron en torno a la revolución, ésta permitió crear ciertos elementos de justicia social hasta entonces inexistentes o limitados. La educación gratuita y laica. La redistribución de la tierra. Más adelante, y como parte del mismo fenómeno, la nacionalización del petróleo. Servicios de salud. Se crearon instituciones. Surgió un movimiento cultural muy importante de poetas, músicos, pintores, etc., apreciado internacionalmente. En fin, se empezó a construir un México distinto.
No obstante los logros alcanzados, persistieron lastres del pasado: ambición desmedida por el poder, corrupción, nuevos privilegios y privilegiados. El fenómeno que algunos han identificado como la traición a la revolución mexicana. Este fenómeno que inició a mediados del siglo XX y se acentuó a partir de los años ochenta. Cuando abiertamente se hizo a un lado todo sentido social y nacional de la política para dar paso a lo que se conoce como neoliberalismo que no es otra cosa que la apertura indiscriminada de la riqueza del país a las grandes corporaciones trasnacionales siempre coaligadas y en contubernio con los capitales privilegiados internos y los políticos y funcionarios corruptos. Este alejamiento de una política social ha venido propiciando en México (al igual que en casi toda Latinoamérica donde se ha impuesto el neoliberalismo) el crecimiento de la pobreza extrema, el decaimiento de los niveles y la calidad de la educación pública, carencia de empleos, falta de producción en el campo, la privatización silenciosa de las empresas y los programas públicos, entre un sin fin más de acciones que han debilitado e incrementado el sector más pobre del país y aún ha enflaquecido a la clase media.
Un nuevo grupo de privilegiados del poder político y del poder económico nacional y trasnacional junto con las políticas de endeudamiento externo y de entreguismo al mejor postor ha decidido el rumbo del país los últimos años y quiere naturalmente prolongarse en el poder. Este grupo se llama ‘salinismo’, trasnacionales bancarias, trasnacionales de alimentos chatarra, ‘inversionistas’ y prestadores de servicio en PEMEX, especuladores de la bolsa, medios de comunicación colectiva, etc. Este grupo ha apostado a sí mismo para mantener el disfrute de privilegios sin que les importe verdaderamente política o programa social alguno, ya sea la educación o la salud pública o la vivienda o la generación de empleos.
Y este grupo que lleva entronizado en el poder cerca ya de tres décadas y algunos de ellos aún más en una insana continuidad de privilegios, no hacen más que utilizar los procedimientos de lo que se llama democracia (la democracia sin adjetivos a que han aspirado algunos y que aun tiene sus ideólogos) para continuar ejerciendo su influencia y para imponer a políticos que no son políticos si no figuras decorativas que aparte de enriquecerse ellos mismos, permiten que este grupo persista en su hambre de devorarse las riquezas del país que debiera ser de todos.
Así, las elecciones recién pasadas han sido una muestra del poder de este grupo. Antes de las elecciones, durante y después, han actuado coludidos para imponer a la persona que les garantizará la permanencia en el poder y la riqueza. El candidato del Partido Acción Nacional no es más que un instrumento de este grupo, al cual han querido fortalecer y vestir de una personalidad de estadista que no posee. Han recurrido a la mentira, el engaño, la calumnia, al gasto sin límite en promoción y propaganda con tal de imponerlo como presidente de México, lo cual significaría la continuidad del presidente actual que no ha sido otra cosa sino el clímax, la culminación del neoliberalismo. El supuesto cambio que pregonaba siempre fue dos cosas: una trampa y una burla. Trampa y burla que hoy quieren prolongar.
Pero este grupo no contaba que en medio de la corrupción y la complicidad generalizada que asola al país habría de emerger un líder auténtico. Un hombre con verdadera comunicación con la sociedad. Un adversario al que ellos consideran enemigo y ‘un peligro para México’ y al cual no han podido destruir. Han recurrido a todo tipo de recurso ‘legaloide’ o político para eliminarlo y una y otra vez han fracasado. El más reciente ataque de este grupo ha sido el fraude en las pasadas elecciones presidenciales. Pero una vez más, pese a los métodos tradicionales del fraude practicado por el santanismo, el porfirismo, el priísmo y ahora el panismo, y pese al nuevo elemento del fraude cibernético (implementado por los defraudadores de las elecciones de Estados Unidos en 2000 y 2004 para imponer a Bush y a su grupos de intereses y que ahora asesoran al candidato del PAN), Andrés Manuel López Obrador permanece en pie, indestructible, como él se precia. Y es que la indestructibilidad no proviene de un alarde arrogante, sino de una ética construida sobre la honestidad y la sincera necesidad o proclividad para beneficiar a los que menos tienen, de desarrollar programas sociales, de reavivar el campo para que se vuelva a sembrar maíz, frijol y árboles maderables, de generar empleos que detengan la inmigración, el maltrato, la servidumbre y la muerte de mexicanos en Estados Unidos, de combatir la corrupción y los privilegios que han azotado al país desde el parto del mestizaje. Y López Obrador es más que un político, es un auténtico líder que se comunica con la gente. Es un conocedor de la historia de México. Reivindica a Morelos, Juárez, Zapata, Villa, Lázaro Cárdenas. ¿Para qué buscar modelos en el exterior si la historia de México cuenta con hombres que han querido construir una justicia social y una igualdad de oportunidades para todos los mexicanos, que han querido de verdad un México, si es que esto es posible? Reivindica a artistas e intelectuales. ¿Y cómo no hacerlo si moldeó parte de su carácter en el espíritu de Carlos Pellicer? Una vez más para aclarar: Aquí no se trata propiamente de un proyecto de izquierda, no se trata de un naco, un ignorante o un arrogante como se le ha querido dibujar. Se trata, me parece, de un hombre con una ética personal que está más allá del político tradicional que busca el poder para enriquecerse. Una ética de solidaridad y de afán de justicia. Y además, de una ética sustentada en la historia de México, en lo mejor que ha tenido el país, porque cree que aún es posible un futuro para los mexicanos y como consecuencia, para México.
Entonces, no es posible permitir una vez más que se imponga el fraude en nuestro país. Hay que realizar, todos colaborando en la medida de sus posibilidades, un movimiento histórico que venza la inercia del pasado expresada en los nuevos defraudadores. Es necesario para ello responder activamente a la convocatoria de la convención nacional que trascienda la república y la democracia de mera simulación. El movimiento que lleve, más allá de la imposición del fraude, a la construcción del país que queremos para el futuro.
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